Hoy es una de esas ocasiones en las que estoy seguro de que no voy a decir lo que me gustaría (ni de la forma que me gustaría), pero tengo que decirlo.
Ayer fué una de esas raras ocasiones que la vida te da (jeje, que melodrámatico) de reunirte con alguien a quien conociste a través de la red. Si alguno de ustedes vivió una circunsntacia similar conoce la sensación: del cómodo intercambio de ideas internetero (piénsenlo, ayer cometí dos deslices en mi historia y en menos de 24 horas tenía las adecuadas puntualizaciones, que ayudaron a mejorar lo que se transmitía) a:
-pedir permiso a la parienta para salir
-salir de casa a horas que uno normalmente está calentito leyendo algo
-bus, coche, lo que sea ....
no sigo, ya se hacen una idea.
Luego aquello de si nos encontraremos o no: se trata de alguien con quien conversaste frecuentemente, pero nunca has visto su cara y aspecto (o todavía peor: lo has visto a través de alguna de esas espantosas fotos que se cuelgan en la web y que, tal vez, deberían prohibirse para evitar los prejuicios; fotos mías en la red hay, pero pocas y no muy fáciles de encontrar -google salvanos-).
Finalmente, el encuentro: ¿seremos distintos de lo que pensábamos? ¿cambiará algo la forma en que nos vemos?

Lo mejor (y pasa casi siempre): seguir la conversación como si no se hubiera interrumpido en el discurso habitual cibernético: hablar de las mismas cosas (y tal vez algunas más), intercambiar confidencias, sonrisas, guiños.
Aunque también me sucedió en el pasado:
-tenemos que quedar
-¡claro!
....
-Voy donde estás, ¿quedamos?
-Er.... no puedo (diversas excusas con sonido falso)
-Vaya. Que pena.

Víctor, presidente: felicidades y gracias. Un añito ya. Nos hacemos mayores, y un año en internet es mucho.

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